Corazón y cerebro… para aprender

¡Cuantas ilusiones, expectativas, proyectos se agolpan en los centros educativos y los hogares cada principio de curso! Pero también cuántas incertidumbres y temores. Te propongo hoy una mirada positiva y amable a nuestros niños y niñas, y a nosotros mismos, los adultos en los que, tantas veces, ellos se ven reflejados. Una mirada reflexiva y sentida que nazca en el corazón y se aquilate en la cabeza.

(Transcribo aquí, casi literalmente el artículo que publique el 11 de septiembre en el Heraldo de Aragón):

Hace ya varias décadas, uno de nuestros más grandes psicólogos educativos, César Coll, a partir de la idea de  Jean Houssaye, divulgó el llamado triángulo interactivo del aprendizaje. Este triángulo expone las interrelaciones que se producen entre el alumnado, profesorado y contenidos para explicar el aprendizaje en el ámbito escolar.

En un pequeño ejercicio de imaginación, propongo, en este principio de curso, sustituir el vértice de los contenidos por el de situaciones de aprendizaje. No son tanto los contenidos, como formas o saberes culturales que queremos que el alumnado adquiera, sino las oportunidades o los espacios de experiencia, los que generan aprendizajes. La labor docente, o de la familia, no pasa tanto por ofrecer contenidos sino por facilitar experiencias y oportunidades para aprender. El cambio parece sutil, pero implica, por ejemplo, que si el niño no consigue aprender algo, en lugar de repetir una y otra vez hasta que lo haga bien, a menudo es más eficiente ofrecerle nuevas situaciones de aprendizaje para afrontar el reto desde perspectivas distintas (a veces solo ligeramente distintas). No es lo mismo adquirir capacidades que competencias y el alumnado necesita de ambas. Poseyendo la capacidad, por ejemplo, en la multiplicación, aun no se tiene la competencia si no sabe aplicar esa capacidad ante nuevas situaciones. La capacidad expresa dominio en un contexto particular (generalmente escolar) y potencialidad en el resto. La competencia es dominio en multitud de situaciones más allá de la escuela, por lo que la resolución de problemas y la aplicación de los aprendizajes invitan a poner la mirada más en las situaciones y contextos de aprendizaje que en los contenidos.

Y puestos a cambiar un poco, ¿por qué no al vértice del profesorado le añadimos la familia, aceptando que el niño aprende no solo en la escuela? El resultado visualmente sería algo así:

Emergen como interacciones entre los vértices los tres pilares de lo que, en mi último libro, Con corazón y cerebro, desarrollo como el NET Learning, el aprendizaje basado en la Neurociencia (Neuroscience), la Emoción (Emotion) y el Pensamiento (Thinking).

Parece obvio que saber cómo se aprende es el paso previo para saber cómo se enseña. Los avances de la Neurociencia aplicados a la educación, la Neuroeducación, permiten hoy que el profesorado construya sus situaciones de aprendizaje a partir de lo que la investigación científica nos está revelando sobre cómo aprende el cerebro del niño y del adolescente. De esta forma las claves neuroeducativas conectan los tres vértices del triángulo, condicionan los planteamientos metodológicos y didácticos en el aula y dan pautas para las familias. Son claves potentes y a la par sencillas de aplicar como la importancia del movimiento y de la música en el desarrollo cognitivo al estimular la atención, la memoria y la motivación; el poder de las palabras y la retroalimentación positiva; las casi ilimitadas posibilidades que ofrece la plasticidad cerebral; el valor de la memoria y de la repetición para crear aprendizajes sólidos; el papel decisivo de las neuronas espejo; el privilegiado lugar que ocupan las emociones en el aprendizaje, etc.

En 1994, Juan Casassus, dirigió una investigación internacional promovida por la UNESCO, sobre los factores que inciden en el aprendizaje. Se analizaron multitud de factores como el nivel sociocultural de las familias, la gestión del centro, la formación del profesorado…, pero, para sorpresa de todos, el factor más relevante se situó en una variable que al inicio de la investigación ni se consideraba: el clima emocional del aula que surge de tres elementos: el docente, el alumnado y las relaciones que se establecen entre ellos. Cuando la educación no considera la emoción, el aprendizaje se tambalea; cuando la educación se focaliza solo en lo cognitivo se deshumaniza y degenera.

Necesitamos centros educativos y hogares con corazón; entornos emocionales y emocionantes. Espacios donde el niño sienta que su necesidad primaria de apego, de caricias (táctiles, visuales, verbales) y afecto está cubierta. El contacto físico afectivo, debe quedarnos ya claro, está, como necesidad básica, al mismo nivel que el agua, la comida, el aire o el descanso, tal y como reflejan los estudios de Claude Steiner, Harlow o René Spitz. Como diría Steiner, sin caricias te mueres, o enfermas.

Docente, madre, padre, consiente que tus emociones se expresen positivamente, escúchalas para atender a tus necesidades y las de los niños, maneja las reacciones negativas y permítete la satisfacción y la sana alegría que disparan los niveles de serotonina, endorfinas y dopamina mejorando tu visión de la vida y la de ellos.

El triángulo muestra ahora también el concepto de Pensamiento ¿Por qué es tan importante aprender a pensar con destreza? La incorporación del Aprendizaje basado en el pensamiento (TBL) pone el acento en el uso eficiente de los procesos cognitivos que median para que la persona pueda aprender, tomar decisiones y resolver problemas de forma diestra. Es un buen momento para enseñar a pensar bien, a decir lo que piensan y pensar lo que dicen, porque lo que cada cual dice de los demás dice más sí mismo que de los otros. Y también para reconocer que hay momentos que solo necesitan sentirse.

En casa podemos tambiénayudar a nuestros niños y jóvenes a planificar los tiempos de estudio y descanso, supervisar su agenda escolar, valorar su esfuerzo y sus logros, asignar responsabilidades en las tareas del hogar, promover el reconocimiento y expresión en familia de las emociones y sentimientos, favorecer el autoconcepto positivo y una adecuada autoestima, proponer juegos o retos cooperativos, relativizar el papel de la victoria en los juegos y en la vida, resolver los conflictos desde el diálogo y el control emocional, ser modelo de respeto y tolerancia ante la diversidad humana, hablar sobre temas de actualidad que les interesen. También podemos animar a que exploren, investiguen y observen lo que les rodea; a que experimenten de manera reflexiva; proponer juegos o actividades de movimiento, bailes, cantar; fomentar que afronten los problemas y busquen soluciones, que aprendan de sus errores; que imaginen proyectos y los lleven a cabo…, y soltar la mano poco a poco.

¿Qué tipo de persona, alumno, hijo… anhelamos? Si haces un listado con las respuestas no te sorprenderá comprobar que la mayor parte de ellas son actitudes y no aptitudes. Llegó el momento de entender que los retos de la educación del siglo XXI, más allá de los contenidos, pasan por aprender a Cooperar; aprender a Pensar con destreza; aprender a Comunicar en muy diferentes formatos y aprender a Ser y Estar, es decir, la inteligencia socioemocional.

¿Lo que hacemos en el centro, en el aula, en el hogar…, se corresponde con ese tipo de persona? No sé si un docente individual tiene poder para cambiar un centro, pero lo que sí sé es que puede cambiar su aula. Y que para que un centro cambie tienen que cambiar las aulas. Y no sé si puedo cambiar a mi familia, ni siquiera si debo hacerlo, pero lo que sí sé es que puedo hacer cambios en mí mismo, y que esos cambios cambiarán, de algún modo, mi familia.

Queremos alumnos y niños felices, pero ¿es suficiente con saber? La falacia de G.I. Joe es una idea desarrollada por Laurie Santos, de la Universidad de Yale, a partir de una popular frase de una serie de dibujos animados americana. Los G.I. Joe, al final de cada episodio daban un consejo sobre civismo a los niños y sentenciaban: “El conocimiento es la mitad de la batalla”. Parece que no es así. Saber que fumar, o usar el móvil al volante, mata no está evitando miles de muertes anuales. Ganar la batalla tiene mucho más que ver, según los estudios de Santos, con la situación, la formación de hábitos y la regulación emocional, y no con el conocimiento mismo. Así que, si queremos niños más felices, creemos situaciones y climas de aula/hogar positivos, incidamos lo suficiente para construir hábitos cotidianos y otorguemos a la educación emocional la relevancia que la investigación le está dando en el éxito académico, profesional y vital del ser humano.

Dice un proverbio africano: Si piensas que eres demasiado pequeño para hacer la diferencia, es que nunca has dormido con un mosquito en tu habitación. Tú puedes ser esa diferencia en tu casa, en tu centro de trabajo.

Referencias

Coll, C. (1997). ¿Qué es el constructivismo? Buenos Aires: Magisterio del Río de la Plata.

Houssaye, J. (1988). Le triangle pédagogique. Berna: Peter Lang

Pinos, M. (2019). Con corazón y cerebro. Aprendizaje basado en la Neurociencia, la emoción y el pensamiento. Sevilla: Caligrama.

Seay, B., Alexander, B. K., & Harlow, H. F. (1964). Maternal behavior of socially deprived Rhesus monkeys. The Journal of Abnormal and Social Psychology, 69(4), 345-354.

Spitz, RA (1951). Las enfermedades psicógenas en la infancia: un intento de su clasificación etiológica. Estudio psicoanalítico del niño, 6, 255-275.

Steiner, C. (2011). La educación emocional. Sevilla: Jeder.

2 respuestas a «Corazón y cerebro… para aprender»

  1. Acuerdo totalmente con lo abordado en el contenido, con el cambio de paradigmas que se están desarrollando, algunos más visibles, conscientes que otros. Muy buenas referencias bibliográficas. Desde la Argentina lo saludo muy atte.

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