La Asociación Neuroeducación y Futuro, ofrece desde Chile un ciclo de 6 webinars. El jueves 18 tuve el placer de participar como ponente. Su retransmisión fue libre a través del link: https://youtu.be/vRLEdXCG1w0 Para poder visionar el resto, pinchad en la imagen. Dado el elevado número de peticiones, al final se han emitido libres sin necesidad de inscribirse:
Enmarcada en el Ciclo de Inteligencia Emocional en tiempos de crisis, promovido por la Asociación Aragonesa de Psicopedagogia, COPOE y la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar, he tenido la oportunidad de impartir este webinar moderado por el Dr. Rafael Bisquerra. Fue un placer compartir ese rato del viernes 22 de mayo con tantas personas de Latinoamérica, España y otros países. Gracias a todas ellas.
Tal y como prometí, comparto aquí la presentación usada en la conferencia impartida el día 17 de septiembre de 2019 en el Patio de la Infanta en Ibercaja. No contiene las explicaciones, solo las imágenes, pero si estuvisteis allí os permitirá recordar también las cuñas activas empleadas.
¡Cuantas ilusiones, expectativas, proyectos se agolpan en los centros educativos y los hogares cada principio de curso! Pero también cuántas incertidumbres y temores. Te propongo hoy una mirada positiva y amable a nuestros niños y niñas, y a nosotros mismos, los adultos en los que, tantas veces, ellos se ven reflejados. Una mirada reflexiva y sentida que nazca en el corazón y se aquilate en la cabeza.
(Transcribo aquí, casi literalmente el artículo que publique el 11 de septiembre en el Heraldo de Aragón):
Hace ya
varias décadas, uno de nuestros más grandes psicólogos educativos, César Coll, a
partir de la idea de Jean Houssaye,
divulgó el llamado triángulo interactivo del aprendizaje. Este triángulo expone
las interrelaciones que se producen entre el alumnado, profesorado y contenidos
para explicar el aprendizaje en el ámbito escolar.
En un pequeño ejercicio de imaginación, propongo, en este principio de curso, sustituir el vértice de los contenidos por el de situaciones de aprendizaje. No son tanto los contenidos, como formas o saberes culturales que queremos que el alumnado adquiera, sino las oportunidades o los espacios de experiencia, los que generan aprendizajes. La labor docente, o de la familia, no pasa tanto por ofrecer contenidos sino por facilitar experiencias y oportunidades para aprender. El cambio parece sutil, pero implica, por ejemplo, que si el niño no consigue aprender algo, en lugar de repetir una y otra vez hasta que lo haga bien, a menudo es más eficiente ofrecerle nuevas situaciones de aprendizaje para afrontar el reto desde perspectivas distintas (a veces solo ligeramente distintas). No es lo mismo adquirir capacidades que competencias y el alumnado necesita de ambas. Poseyendo la capacidad, por ejemplo, en la multiplicación, aun no se tiene la competencia si no sabe aplicar esa capacidad ante nuevas situaciones. La capacidad expresa dominio en un contexto particular (generalmente escolar) y potencialidad en el resto. La competencia es dominio en multitud de situaciones más allá de la escuela, por lo que la resolución de problemas y la aplicación de los aprendizajes invitan a poner la mirada más en las situaciones y contextos de aprendizaje que en los contenidos.
Y puestos a cambiar un poco, ¿por qué no al vértice del profesorado le añadimos la familia, aceptando que el niño aprende no solo en la escuela? El resultado visualmente sería algo así:
Emergen
como interacciones entre los vértices los tres pilares de lo que, en mi último
libro, Con corazón y cerebro, desarrollo
como el NET Learning, el aprendizaje
basado en la Neurociencia (Neuroscience), la Emoción (Emotion) y el Pensamiento
(Thinking).
Parece
obvio que saber cómo se aprende es el paso previo para saber cómo se enseña. Los
avances de la Neurociencia aplicados a la educación, la Neuroeducación,
permiten hoy que el profesorado construya sus situaciones de aprendizaje a
partir de lo que la investigación científica nos está revelando sobre cómo
aprende el cerebro del niño y del adolescente. De esta forma las claves
neuroeducativas conectan los tres vértices del triángulo, condicionan los
planteamientos metodológicos y didácticos en el aula y dan pautas para las
familias. Son claves potentes y a la par sencillas de aplicar como la
importancia del movimiento y de la música en el desarrollo cognitivo al
estimular la atención, la memoria y la motivación; el poder de las palabras y
la retroalimentación positiva; las casi ilimitadas posibilidades que ofrece la
plasticidad cerebral; el valor de la memoria y de la repetición para crear
aprendizajes sólidos; el papel decisivo de las neuronas espejo; el privilegiado
lugar que ocupan las emociones en el aprendizaje, etc.
En 1994,
Juan Casassus, dirigió una investigación internacional promovida por la UNESCO,
sobre los factores que inciden en el aprendizaje. Se analizaron multitud de
factores como el nivel sociocultural de las familias, la gestión del centro, la
formación del profesorado…, pero, para sorpresa de todos, el factor más
relevante se situó en una variable que al inicio de la investigación ni se
consideraba: el clima emocional del aula que surge de tres elementos: el
docente, el alumnado y las relaciones que se establecen entre ellos. Cuando la
educación no considera la emoción, el aprendizaje se tambalea; cuando la
educación se focaliza solo en lo cognitivo se deshumaniza y degenera.
Necesitamos
centros educativos y hogares con corazón; entornos emocionales y emocionantes.
Espacios donde el niño sienta que su necesidad primaria de apego, de caricias
(táctiles, visuales, verbales) y afecto está cubierta. El contacto físico
afectivo, debe quedarnos ya claro, está, como necesidad básica, al mismo nivel
que el agua, la comida, el aire o el descanso, tal y como reflejan los estudios
de Claude Steiner, Harlow o René Spitz. Como diría Steiner, sin caricias te
mueres, o enfermas.
Docente,
madre, padre, consiente que tus emociones se expresen positivamente, escúchalas
para atender a tus necesidades y las de los niños, maneja las reacciones
negativas y permítete la satisfacción y la sana alegría que disparan los
niveles de serotonina, endorfinas y dopamina mejorando tu visión de la vida y
la de ellos.
El triángulo muestra ahora también el concepto de Pensamiento ¿Por qué es tan importante aprender a pensar con destreza? La incorporación del Aprendizaje basado en el pensamiento (TBL) pone el acento en el uso eficiente de los procesos cognitivos que median para que la persona pueda aprender, tomar decisiones y resolver problemas de forma diestra. Es un buen momento para enseñar a pensar bien, a decir lo que piensan y pensar lo que dicen, porque lo que cada cual dice de los demás dice más sí mismo que de los otros. Y también para reconocer que hay momentos que solo necesitan sentirse.
En casa
podemos tambiénayudar a nuestros
niños y jóvenes a planificar los tiempos de estudio y descanso, supervisar su
agenda escolar, valorar su esfuerzo y sus logros, asignar responsabilidades en
las tareas del hogar, promover el reconocimiento y expresión en familia de las
emociones y sentimientos, favorecer el autoconcepto positivo y una adecuada
autoestima, proponer juegos o retos cooperativos, relativizar el papel de la
victoria en los juegos y en la vida, resolver los conflictos desde el diálogo y
el control emocional, ser modelo de respeto y tolerancia ante la diversidad
humana, hablar sobre temas de actualidad que les interesen. También podemos animar
a que exploren, investiguen y observen lo que les rodea; a que experimenten de
manera reflexiva; proponer juegos o actividades de movimiento, bailes, cantar; fomentar
que afronten los problemas y busquen soluciones, que aprendan de sus errores;
que imaginen proyectos y los lleven a cabo…, y soltar la mano poco a poco.
¿Qué tipo
de persona, alumno, hijo… anhelamos? Si haces un listado con las respuestas no
te sorprenderá comprobar que la mayor parte de ellas son actitudes y no
aptitudes. Llegó el momento de entender que los retos de la educación del siglo
XXI, más allá de los contenidos, pasan por aprender a Cooperar; aprender a
Pensar con destreza; aprender a Comunicar en muy diferentes formatos y aprender
a Ser y Estar, es decir, la inteligencia socioemocional.
¿Lo que
hacemos en el centro, en el aula, en el hogar…, se corresponde con ese tipo de
persona? No sé si un docente individual tiene poder para cambiar un centro,
pero lo que sí sé es que puede cambiar su aula. Y que para que un centro cambie
tienen que cambiar las aulas. Y no sé si puedo cambiar a mi familia, ni
siquiera si debo hacerlo, pero lo que sí sé es que puedo hacer cambios en mí
mismo, y que esos cambios cambiarán, de algún modo, mi familia.
Queremos
alumnos y niños felices, pero ¿es suficiente con saber? La falacia de G.I. Joe
es una idea desarrollada por Laurie Santos, de la Universidad de Yale, a partir
de una popular frase de una serie de dibujos animados americana. Los G.I. Joe,
al final de cada episodio daban un consejo sobre civismo a los niños y
sentenciaban: “El conocimiento es la mitad de la batalla”. Parece que no es
así. Saber que fumar, o usar el móvil al volante, mata no está evitando miles
de muertes anuales. Ganar la batalla tiene mucho más que ver, según los
estudios de Santos, con la situación, la formación de hábitos y la regulación
emocional, y no con el conocimiento mismo. Así que, si queremos niños más
felices, creemos situaciones y climas de aula/hogar positivos, incidamos lo
suficiente para construir hábitos cotidianos y otorguemos a la educación
emocional la relevancia que la investigación le está dando en el éxito
académico, profesional y vital del ser humano.
Dice un
proverbio africano: Si piensas que eres demasiado pequeño para hacer la
diferencia, es que nunca has dormido con un mosquito en tu habitación. Tú
puedes ser esa diferencia en tu casa, en tu centro de trabajo.
Referencias
Coll, C.
(1997). ¿Qué es el constructivismo?
Buenos Aires: Magisterio del Río de la Plata.
Houssaye, J. (1988). Le
triangle pédagogique. Berna: Peter Lang
Pinos, M. (2019). Con
corazón y cerebro. Aprendizaje basado en la Neurociencia, la emoción y el
pensamiento. Sevilla: Caligrama.
Seay, B., Alexander, B. K., & Harlow, H. F. (1964). Maternal
behavior of socially deprived Rhesus monkeys. The Journal of Abnormal and Social Psychology,
69(4), 345-354.
Spitz, RA (1951). Las enfermedades psicógenas en la infancia:
un intento de su clasificación etiológica. Estudio
psicoanalítico del niño, 6, 255-275.
Steiner, C. (2011). La
educación emocional. Sevilla: Jeder.
En marzo del 2018 publicaba en la revista Forum un artículo sobre el que iba a ser mi próximo libro: Con corazón y cerebro. A un mes vista de la publicación del libro, transcribo aquí el contenido de ese artículo que extraía algunas ideas y fragmentos del libro para justificar que las competencias didácticas, comunicativas, organizativas y científicas, que el mundo actual demanda a la profesión docente, valen de bien poco si no se enraízan en una equilibrada inteligencia emocional construida sobre la base de las inteligencias intrapersonal e interpersonal. Lo que también adelanto es que cuando pienso en el alumnado la conclusión se antoja muy similar.
Qué necesita aprender nuestro alumnado, y cuál es la mejor forma de aprenderlo para enseñarlo así, sigue siendo el gran debate de la Educación que nos llevaría a la cuestión de qué competencias precisa hoy el docente para enseñar, de la manera más eficiente y natural, a los alumnos de este nuevo siglo. Lo que hoy sí parece claro es que por encima de los programas y asignaturas están las necesidades del alumnado (como discente, persona y ciudadano) y que son los procesos de aprendizaje los que deben decidir los de enseñanza, y no a la inversa.
«son los procesos de aprendizaje los que deben decidir los de enseñanza, y no a la inversa «
En un mundo caracterizado por el cambio constante,
la globalización, la interculturalidad, los avances tecnológicos, la
investigación transdisciplinar, el auge de la economía basada en el
conocimiento, la devastación creciente de los recursos del planeta y las
desigualdades sociales y culturales, la escuela precisa replantear sus
objetivos y formas de trabajo para responder a las demandas de tal complejidad.
Se renuevan los saberes y, a la luz de los avances científicos, se ponen en
tela de juicio creencias y paradigmas aparentemente incuestionables. Según el
científico, y premio Príncipe de Asturias, Pedro Echenique, el conocimiento
tecnológico se duplicaba en el 2008 cada dos años; el neurocientífico francés
Idriss Aberkane (2017), subraya que el conocimiento disponible por la humanidad
se duplica actualmente cada siete años… No entro ahora en si eso es positivo o
negativo para el aprendizaje; es lo que hay y habrá que pensar cómo
gestionarlo.
Educar para la incertidumbre, como nos
anticipó ya Morín (1999), no es ahora una mera opción sino una necesidad a la
que no es preciso, ni conveniente, enfrentarse con la pizarra limpia. Lo que
veníamos haciendo, las teorías socio-constructivistas que se empezaran a
impulsar en los años 90 en España, se consolidan, al momento actual de los
avances de las ciencias del aprendizaje y la neurociencia, como un buen punto
de partida para incorporar otros planteamientos didácticos ligados a las
metodologías activas que aprovechan los conocimientos sobre cómo los alumnos
aprenden mejor y qué es lo que el ser humano necesita ahora aprender.
Desde esta perspectiva, y con la cantidad de
información disponible actualmente a un solo golpe de clic, se nos antoja arduo
vaticinar qué conocimientos y saberes necesitará nuestro alumnado en su vida
adulta; lo que sí intuimos es que, en ese futuro y ahora, van a precisar los
que ya se viene señalando como los retos de la educación del siglo XXI:
aprender a cooperar, aprender a comunicar, aprender a pensar con destreza y
aprender a ser y estar.
Aprender a cooperar nos dirige hacia el
aprendizaje cooperativo, a asumir responsabilidades, a trabajar en equipos
cohesionados y eficientes aprovechando la naturaleza social del cerebro y del
aprendizaje. Aprender a comunicar refiere a la comprensión y expresión oral y
escrita, pero también a la comunicarse con otros variados formatos icónicos,
plásticos, artísticos o corporales y en situaciones múltiples aprovechando los
recursos tecnológicos, con confianza en uno mismo, escuchando activamente…
Aprender a pensar con destreza orienta el desarrollo cognitivo y el aprendizaje
hacia procesos mentales superiores como la toma de decisiones, la resolución de
problemas, el pensamiento crítico y creativo o las habilidades meta-cognitivas.
Y aprender a ser y estar contempla el valor del corazón, de la educación
emocional, para el aprendizaje, el desarrollo sano de la personalidad y la vida
en común, apoyando la mejora de las habilidades sociales y los valores propios
de la convivencia.
«los retos de la educación del siglo XXI: aprender a cooperar, aprender a comunicar, aprender a pensar con destreza y aprender a ser y estar»
El corazón, o el co-razón, nos habla
justamente de eso, del que va al lado de la razón, el que la acompaña
necesariamente, porque si la educación se focaliza solo en la cognitivo se
deshumaniza y degenera. Las tres ces, corazón, cerebro y cuerpo, además en
continua relación con los otros, interactúan equilibradamente en el aprendizaje
y la vida al sentir, pensar y actuar, anticipando la necesidad de un modelo de
pedagogía del equilibrio entre las distintas, pero simbióticas, facetas del ser
humano.
La envergadura y la celeridad de las
transformaciones del mundo actual pueden llegar a ser abrumadoras para el
docente que intenta mantenerse al día y desanclarse de los usos tradicionales. Pero
como decía en esta misma revista hace unos años, “el profesorado no puede ni
tiene porqué asumir ese rotundo cambio en soledad. La formación del profesorado
promovida desde la administración educativa, y otras entidades, ha de servir de
bálsamo que alivie la ansiedad ante el cambio, de fuente de nuevos aprendizajes
y recursos, de estímulo a la ilusión” (Pinos, 2012).
John Kennedy Toole escribió La conjura de los necios, un libro
extraordinario que no consiguió editar; frustrado, el escritor se suicidó en
1969, a los 32 años. ¿Cuánto debe perseverar una persona para conseguir su
sueño? Quién sabe…; quizá, aunque pueda parecer una eternidad, Kennedy con 44,
podría haber disfrutado el éxito inmenso que supuso su libro tras su
publicación en 1980, y el premio Pulitzer que obtuvo al año siguiente. Fue su
madre, la que sí creyó en su sueño y siguió intentando la publicación de la
obra. Ya con 79 años de edad consiguió que el libro fuera impreso en una
pequeña editorial universitaria. Contra todo pronóstico, el libro alcanzó un
éxito de difusión y crítica sin precedentes consagrando a su autor como uno de
los mejores escritores del pasado siglo, y a su madre como paradigma de la
perseverancia.
¿Con cuántos tropiezos desistimos los
docentes, cuántas frustraciones necesitamos para regresar a nuestra zona de
confort…? Y aun así, lo que sí se percibe claramente desde la red de formación
es que el profesorado, aun colmado por la interminable lista de quehaceres a
los que nos enfrentamos a diario, queremos seguir aprendiendo. No son ganas lo
que nos falta (hay tanto por aprender…) sino tiempo.
La
investigación y las experiencias educativas van asentando principios, métodos y
recursos didácticos que buscan responder al reto de aprender a lo largo de la
vida en la sociedad de la tecnología y el conocimiento. A día de hoy disponemos de un nutrido elenco de
metodologías activas que funcionan y que se ven robustecidas por las
aportaciones de la neuroeducación y la educación emocional. Su conocimiento y
dominio práctico deberían constituir ya hoy parte del bagaje competencial del
nuevo docente. Repasaré brevemente algunos de estos valiosos recursos.
«si la educación se focaliza solo en la cognitivo se deshumaniza y degenera»
–
La neurociencia ha confirmado o desmentido la utilidad de ciertas prácticas
educativas. Hoy sabemos la importancia del movimiento, del juego y de la
práctica de actividad física sobre el desarrollo de las capacidades cognitivas,
sociales y emocionales al incidir sobre
la plasticidad cerebral, el aumento de sinápsis neuronales (conexiones
nerviosas), de la vascularización del cerebro y de la neurogénesis (Mora, 2013).
La investigación del cerebro ha reafirmado la vinculación entre emoción y
cognición. Mientras que las reacciones emocionales desagradables perturban las
conexiones entre el cerebro cortical, o racional, y el límbico, o emocional,
afectando negativamente al aprendizaje o a las relaciones sociales, otras
emociones agradables como la curiosidad, la admiración y la seguridad,
facilitan el aprendizaje (Aguado, 2014). Sabemos del papel clave de la atención
en el aprendizaje y qué emociones y recursos ayudan a activarla. La naturaleza
social del cerebro y del aprendizaje ha sido confirmada y ampliamente estudiada
por neurocientíficos como Bueno (2017). Y sabemos, por citar un solo ejemplo
más, el papel de las neuronas espejo en el aprendizaje por modelaje.
–
Si alguna duda quedara respecto al papel de la emoción como catalizador del
aprendizaje, demos algún crédito a Eduardo Punset[1]
cuando nos dice que la ciencia constata que en el éxito futuro de los adultos
el aprendizaje emocional es prioritario sobre el académico, e incluso sobre la
tan relevante educación en valores. Es difícil aventurar el peso de estos
factores en la vida pero lo que sí asumiría es que, como dicen Caruso y Salovey
(2013): “la inteligencia emocional no es lo contrario de la inteligencia, no es
el triunfo del corazón sobre la cabeza. Es la única intersección de ambas”. Seguramente,
de las muchas propuestas existentes para la incorporación al aula de la
educación emocional, el modelo VEC, Vinculación Emocional Consciente, y sus
diez emociones básicas, de Aguado (2014) es en estos momentos, desde mi punto
de vista, la propuesta más fundamentada científicamente.
–
Otro de los grandes recursos del que hoy disponemos es la línea metodológica
del aprendizaje basado en el pensamiento (TBL, Teaching Based Learning). Como
expresa su creador, el Dr. Swartz (2013), una de las personalidades más
influyentes a nivel mundial en educación, en el TBL se infusiona el aprendizaje
del pensamiento con el aprendizaje de los contenidos curriculares. El objetivo
es enseñar a comprender y pensar de una forma eficaz y competente usando como
soporte los contenidos académicos, de forma que a la vez que el alumnado va
aprendiendo éstos aprende también a comparar con destreza, a resolver problemas
con eficacia, a tomar buenas decisiones argumentadas, etc. El contenido al
servicio del pensamiento y éste al servicio del aprendizaje.
–
David Johnson[2],
uno de los grandes pioneros a nivel mundial del aprendizaje cooperativo, nos
decía hace bien poco que “Si las escuelas promueven la cultura de ser el número
uno, a la vez están animando a esos mismos alumnos a desalentar y obstruir los esfuerzos
de los otros.” La antítesis de una
escuela inclusiva. En el reverso de esta
visión de la vida y la escuela basada en el enfrentamiento o la exclusión, el
trabajo cooperativo persigue que el alumnado interactúe positivamente entre sí,
sin oponerse a nadie, para resolver problemas, aprender y alcanzar objetivos
comunes.
Llevada la
cooperación al terreno del profesorado, como seres sociales que somos y desde
la certeza de que hace falta toda la tribu para educar a un niño, no debería
contentarme con mejorar individualmente mis competencias profesionales o mi
metodología. Solo sintiendo, pensando y actuando (además en ese orden) como claustro
y comunidad educativa, desde un proyecto común, podremos llegar a establecer
procedimientos consensuados de trabajo que den respuesta a las finalidades definidas
y asumidas por el centro.
–
El Aprendizaje Basado en Proyectos aparece como una metodología activa colmada
de posibilidades educativas porque se basa en una propuesta didáctica
globalizada en la que las tareas y actividades se orientan a la realización de
una producción final, haciendo uso de la cooperación y el reto, conectando con
situaciones reales y los intereses del alumnado. En el fondo un proyecto lo que
busca en contextualizar e integrar los conocimientos para convertirlos en
saberes que se aplican y sean transferibles para seguir aprendiendo a lo largo
de la vida. Y desde una perspectiva más amplia, multidimensional, también para
seguir aprendiendo a lo ancho de la vida (en contextos formales e informales) y
a lo profundo de la vida, desde la búsqueda de una comprensión intensa de la
realidad que evite los conocimientos superficiales.
–
Debemos reconocer que actualmente los apoyos tecnológicos actúan
simbióticamente con muchos de nuestros procesos cognitivos de forma que
buscamos en dispositivos externos a nuestro cerebro (móvil, ordenador…),
información o herramientas (calculadora, editores, generadores de mapas o
gráficos, plataformas de trabajo compartido…) que amplifican cuantitativa y
cualitativamente nuestra memoria y capacidad de aprendizaje (Pozo, 2016). Solo
desde la creencia de que el aprendizaje es un proceso confinado entre los
huesos del cráneo se entiende el destierro de estos apoyos externos en el
contexto de clase. Si como nos recuerda Pozo (2016), el profesorado usa
internet, libros, recursos web, para preparar sus clases, ¿por qué no los puede
usar el alumnado, incluso el día del examen?, ¿tememos que copie? Y si es así
¿el problema no será que lo que le pedimos es que meramente repita información,
en lugar de que la procese, relacione, explique, aplique, valore…, demostrando
así que es capaz de construir conocimiento?
–
Si toda decisión metodológica lleva implícita una decisión de evaluación, lo
cual parece bastante lógico si admitimos que lo justo sería enseñar y evaluar
de la misma manera, parece incuestionable que la evaluación crea realidad.
“Sobre el axioma la evaluación crea realidad se fragua uno de los componentes
de mayor potencial tanto en la innovación docente como en el conjunto de la
praxis educativa” (Sabirón et al. 2011, p. 2), porque el alumno acaba
estudiando según cómo se le evalúa.
Que
el proceso de evaluación afecta al aprendizaje del alumnado, a su rendimiento,
motivación e incluso desarrollo afectivo ha sido puesto de manifiesto por un
buen número de investigaciones (Martínez e Hidalgo, 2013), pero para lo bueno y
para lo malo; de ahí que la mejora de la evaluación, como parte sustancial del
proceso de enseñanza y, sobre todo, de aprendizaje, sea también una cuestión
tan relevante como el cambio metodológico.
Con
los pies asentados en el presente, me gustaría concluir con una mirada
agradecida a un par de frescas ideas del pasado. El pedagogo de la Institución
Libre de Enseñanza, Manuel Bartolomé Cossio[3],
decía a principios del siglo XX que “a hacer, solo se aprende haciendo, y a
indagar y pensar, que es un hacer fundamental, pensando, no pasivamente leyendo,
ni contemplativamente escuchando.” Creo que no solo reflexionaba sobre el
alumnado sino también sobre nosotros, por eso para afrontar los retos de la
escuela del siglo XXI solo podemos aprender haciendo. Si queremos aprender a
enseñar de forma cooperativa o por proyectos apliquemos en nuestras aulas el
aprendizaje cooperativo o el aprendizaje basado en proyectos. Si como nos dice
la investigación, sin emoción no hay aprendizaje, y queremos ser y educar
personas emocionalmente equilibradas y flexibles, demos entrada a la educación
emocional; no hay otro camino, ni para el alumnado ni para nosotros.
Y
como dijo nuestro ilustre paisano Santiago Ramón y Cajal: «Es preciso
sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas; es
menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo e infundirles nobles y
elevadas inquietudes.» E insisto, no creo que pensara solo en los niños y
niñas.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
Aberkane,
I. (2017). Libera tu cerebro.
Barcelona: Planeta.
Aguado, R. (2014). Es emocionante saber emocionarse. Madrid: Eos.
Bisquerra, R. (Coord.) et al. (2011) ¿Cómo
educar las emociones? La inteligencia emocional en la infancia y la
adolescencia. Esplugues de Llobregat: Hospital Sant Joan de Déu. Recuperado
de: http://www.faroshsjd.net.
Bueno, D. (2017). Neurociència per educadors.
Barcelona: Associació de Mestres Rosa Sensat.
Caruso, D. y Salovey, P. (2013). El directivo emocionalmente inteligente.
Madrid: Edaf.
Martínez, C. A. y Hidalgo, N. (2013). ¿Cómo evalúan
los docentes españoles? Estudio multinivel sobre el impacto de las estrategias
de evaluación sobre el rendimiento académico. En Investigación e Innovación
Educativa al Servicio de Instituciones y Comunidades Globales, Plurales y
Diversas. Actas del XVI Congreso Nacional / II Internacional Modelos de
Investigación Educativa de la Asociación Interuniversitaria de Investigación
Pedagógica. Alicante, 4-6 de septiembre, pp. 812-819. Recuperado de:
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4384204
Mora, F. (2013). Neuroeducación: sólo se puede
aprender aquello que se ama. Madrid: Alianza Editorial.
Morín, E. (1999). Los siete saberes necesarios
para la educación del futuro. París: UNESCO.
Pinos, M. (2012). Enseñar es aprender dos veces. Forum
Aragón. Nº 6, 11-14
Pozo, J. I. (2016). Aprender en tiempos
revueltos. La nueva ciencia del aprendizaje. Madrid: Alianza Editorial.
Robinson, K. (2010). El elemento. Descubrir tu
pasión lo cambia todo. Barcelona: Debolsillo.
Sabirón, S., Arraiz, A., Berbegal, A. y
Cano, J. (2011). (coords.). Evaluando nuestra evaluación: la evaluación crea
realidad. En Paricio, J., Allueva, A. I., Agustín, M. C. y Cruz, F. (coords.). Experiencias de innovación e investigación
en el nuevo contexto universitario,
pp. 255-276. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza. Recuperado
de:
http://socioconstructivismo.unizar.es/wp-content/uploads/2010/07/libroinnova-sabiron-et-al.pdf
Swartz, R. J., Costa, A.L., Beyer, B. K.,
Reagan, R. y Kallick, B. (2013). El aprendizaje basado en el pensamiento.
Madrid: SM.
[1]
En el prólogo de Bisquerra (Coord.) et al (2011).